Un lado
oscuro del protestantismo hist—rico
Por
Roger Smalling, D.Min
(Un cap’tulo del libro Felizmente Justificados)
Geraldo Durrell, un naturalista brit‡nico
que coleccionaba animales para un zool—gico, cuenta como captur— varias aves
africanas y peque–os mam’feros.[i]
Los guard— en jaulas durante varias semanas. Debido a conflictos pol’ticos, no
pudo exportar a los animales a Gran Breta–a, por lo que fue obligado a
liberarlos.
Abri— sus jaulas para dejarlos ir. Para sorpresa suya,
varios rehusaron marcharse. Se sent’an c—modos en sus jaulas, alimentados y
resguardados de los depredadores. As’ que cuando terminaba de sacarlos, se
volv’an a meter a las jaulas.
Durrell fue obligado a destruir
las jaulas para impedir que los animales se quedaran. Hab’an perdido el gusto a
la libertad.
Eso mismo ocurre con algunos cristianos. Prefieren los
l’mites seguros de las reglas internas que arriesgarse a salir al mundo.
ÒCada hombre esconde un fariseo en su coraz—nÓ, afirm— un
predicador en la radio. Estoy de acuerdo con eso. Los remanentes de la
corrupci—n permanecen en nuestras vidas y a menudo lo œnico que generan es
legalismo.
El legalismo es suponer que podemos ser justos solo si
seguimos las reglas. Como los G‡latas, algunos piensan que somos justificados
por la fe, pero santificados segœn la ley. Pablo protesta,
ÀTan necios sois? ÀHabiendo comenzado por el Esp’ritu, ahora
vais a acabar por la carne? G‡latas 3:3.
Un d’a quise algo y pensŽ: ÒHe estado bien œltimamente. Tal
vez Dios me dŽ lo que le pidaÓ. Un momento despuŽs, me di cuenta de cu‡n atroz
era esa idea.
Hab’a ca’do en la conocida trampa del legalismo, asumiendo
que Dios me recompensar’a por mi propia justicia. ÒÁViejo fariseo!Ó, pensŽ.
ÒEnse–as acerca de la gracia y luego afirmas que Dios puede bendecirte por tu
propia justiciaÓ.
ÀPor quŽ recaemos en esas trampas? Nadie escapa por completo
a la influencia de la vieja naturaleza. Siempre permanece un sutil deseo de
autonom’a y autovalidaci—n.
Nuestra vieja naturaleza es egocŽntrica. Este egocentrismo
alimenta al legalismo. Ya que la ley de Dios no proviene del ego, el hombre
siente el impulso de complementarlo. Implementamos nuevas reglas aparte de
aquellas que Dios nos dio. Nuestra naturaleza pecadora considera las pr‡cticas
religiosas aceptables siempre y cuando el ego tenga el control.
El legalista no capta la idea: El ego es el problema.
Intentar ser justos a travŽs de las reglas œnicamente refuerza nuestra
autonom’a. Eso solo nos conduce a pecar m‡s.
ÀSon las reglas malas? No, sin embargo, nunca nos hacen
justos. Los Diez Mandamientos son todav’a v‡lidos. Pecamos al violarlos, pero
ellos no tienen en s’ el poder para justificarnos.
El legalismo no hace nada por mejorar la carnalidad. La
prueba est‡ en la manera autocr‡tica en que los legalistas tratan a los
cristianos de esp’ritu libre.
Cada movimiento cristiano tiene su marca distintiva de
legalismo. Puesto que la gracia es el tema central, esperar’amos que el
movimiento de iglesias que afirman
los principios de la reforma del Siglo DiecisŽis no sufriera legalismo. Algunos
lo han evitado. Otros se consideran
Òrealmente b’blicosÓ, y han ca’do precipitadamente en ello.
Esto es una advertencia. As’ como el ‡rbol, todos los
movimientos desarrollan ramas manteniendo sus valores principales. Algunas
ramas son fruct’feras, otras son estŽriles. Incluso dentro de la teolog’a de la
gracia, existe el legalismo y algunos hasta intentar’an privarnos de nuestra
libertad.
La gracia es efectiva porque se basa en una relaci—n con
Cristo, quien no solo es suficiente sino que es indispensable. ƒl no es un
complemento a nuestra justicia, es
nuestra justicia.
Algunos temen que la libertad de la gracia los lleve a
olvidarse de la ley divina. Al contrario. Nos acerca m‡s a Cristo, que siempre
est‡ de acuerdo con la ley divina. He aqu’ es el modelo b’blico,
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvaci—n a
todos los hombres. Tito 2:11
Primero, a travŽs de la gracia obtenemos salvaci—n. No la
conseguimos por nuestros propios mŽritos. ÀEntonces quŽ? ÀDice la gracia: ÒTe
puse en el camino correcto. El resto depende de t’Ó?
Ense–‡ndonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,ÉV. 12.
Una vez que tenemos salvaci—n por la gracia, esta nos ense–a
a vivir una vida piadosa. Muchos utilizan la gracia como libertad para pecar,
simplemente le han dado al libertinaje un nombre incorrecto.
Cuando crecemos en la gracia, nos hacemos m‡s libres y menos
libertinos a la vez. La gracia permite que saboreemos nuestra aceptaci—n
presente con Dios, a diferencia de la mera posibilidad legalista de una futura
aceptaci—n.
El legalista est‡ convencido que est‡ firmemente parado
sobre la autoridad de la ley divina. Sin embargo, lo que realmente pasa es que
tiene un pie en la ley y el otro en los remanentes de su propia naturaleza
corrupta. Eso es terreno resbaladizo. Ninguno de sus pies est‡ plantado en la
justicia impune de Cristo. Los pecados de orgullo, autosuficiencia y juicio
anticipado est‡n firmemente afianzados en su coraz—n.
Las leyes producen m‡s leyes, no m‡s justicia. Esta se
multiplica como gŽrmenes en un caldo de cultivo. Es por eso que los rabinos
jud’os al no contentarse con la ley en el Antiguo Testamento escribieron el
Talmud, una serie de volœmenes tan extensos como una enciclopedia.
La libertad es un concepto ambiguo, dif’cil de definir.
ÀD—nde termina la libertad y d—nde comienza el libertinaje? ÀSon las leyes
concretas y los principios etŽreos? Los ni–os necesitan las reglas porque sus
facultades est‡n en desarrollo. Cuando maduran llegan a entender los
principios.
Pablo alude a esto,
De manera que la ley ha sido nuestro ayo,
para llevarnos a Cristo, a fin de que fuŽsemos justificados por la fe. Pero
venida la fe, ya no estamos bajo ayo. G‡latas 3:24-25
Podemos quedarnos como ni–os guiados por un tutor (gu’a), si
lo decidimos, o podemos ser libres; adultos maduros que actœan bajo principios.
Recibid al dŽbil en la fe, pero no para contender sobre
opiniones. Romanos 14:1
El legalista es un debilucho espiritual, es como un
espantap‡jaros sostenido por palos, el legalista se sostiene a s’ mismo por
reglas adornadas. Aunque piensa que es fuerte, no avanza; no llega a ningœn
lugar.
Las reglas son como un andamio para construir una pared. Una
vez la pared est‡ construida y se sostiene por s’ sola, no se necesita m‡s el
andamio.
Pues si habŽis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos
del mundo, Àpor quŽ, como si vivieseis en el mundo, os sometŽis a preceptos (21)
tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (22) (en conformidad a
mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? (23)
Tales cosas tienen a la verdad cierta reputaci—n de sabidur’a en culto
voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor
alguno contra los apetitos de la carne. Colosenses 2:20-23
La severidad religiosa casi siempre hace las cosas peores.
Pablo hab’a sido un fariseo estricto, Žl sab’a la forma de pensar del
legalista. Los fariseos sab’an las leyes al detalle, Sin embargo pasaban por alto el
mandamiento en contra del asesinato.
Mayor rigidez igual a m‡s pecado. ÀPor quŽ? Porque el poder
del pecado est‡ en la ley.[ii]
Esta es la muleta en la que la naturaleza carnal se apoya con todo su peso.
Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados;
solamente que no usŽis la libertad como ocasi—n para la carne, sino serv’os por
amor los unos a los otros. G‡latas 5:13
Como libres, pero no como los que tienen la libertad como
pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. 1Pedro 2:16
ÀLibre de quŽ? De la justicia basada en las reglas.
Humanamente hablando, Dios se arriesga a que abusemos de nuestra libertad para
complacer a la carne. Si no fuese as’, esas advertencias no estar’an en las
Escrituras. Las advertencias son la prueba de c—mo puede la justicia hacernos
libres.
ÀDeber’amos temer que pudiŽramos abusar de la gracia? Es
como lo que dir’a un doctor: "Le doy una prescripci—n, pero tenga cuidado
porque podr’a hacerle olvidar que est‡ enfermo". Eso es exactamente lo que
la prescripci—n tiene la intenci—n de hacer.
Algunos maestros reformados ignoran un importante principio
b’blico de interpretaci—n: el Nuevo Testamento interpreta al Antiguo, no
viceversa.
Esto ocurre debido al mal uso del concepto del ÒpactoÓ. Dios
hizo un convenio, una especie de pacto con Abraham. Este es el convenio
cristiano, a veces llamado el pacto de la gracia. El cap’tulo tres de G‡latas
ense–a esto con claridad.
Este convenio une al Antiguo y el Nuevo Testamento. Algunos
maestros reformados llevan este concepto m‡s all‡ de lo que intentaron los
ap—stoles. Promoviendo el concepto de la unificaci—n de ambos testamentos,
arrastran la ley veterotestamentaria en la vida
cristiana. Tal pr‡ctica es como leer la Biblia desde el final, como golpear una
pelota de goma contra una pared, rebotando y atasc‡ndose en Deuteronomio.
Porque la ley teniendo la sombra de los bienes venideros, no
la imagen misma de las cosasÉ Hebreos 10:1
Imag’nese a una persona tratando de devorar o de comerse las
sombras. Es realmente absurdo, de la
misma manera nos ve Dios cuando caemos en el legalismo. A algunos la
sombra les parece muy real y la realidad etŽrea. El sacrificio del Cordero
concreto, mientras que la expiaci—n de Cristo etŽrea. Las sombras no sirven
como comida.
El libro de Hebreos es la declaraci—n neotestamentaria
de la manera en que el Antiguo Testamento se aplica a los cristianos.
ÀCu‡l de las siguientes proposiciones es correcta?
á
En nuestro diario vivir aceptamos del Antiguo
Testamento todo aquello que el Nuevo no proh’be.
á
Aceptamos del Antiguo Testamento solo aquellas
cosas que el Nuevo Testamento nos permite.
La segunda proposici—n es la correcta. Si la ley es solo una
sombra, entonces no es l—gico arrastrar algo de ella a la vida cristiana.
El Antiguo Testamento es lo que el Nuevo dice que es y no
m‡s. No tenemos ninguna autoridad para seguir con lo del Antiguo Testamento en
la vida cristiana, a menos que el Nuevo Testamento lo requiera. Si hacemos eso,
solo intentamos deleitarnos con las sombras en vez de vivir en la realidad.
Este patr—n de sombras en contraste con la realidad, es la
estructura subyacente en el libro de Hebreos. Todo en la ley es una sombra a
menos que el Nuevo Testamento diga que no lo es. ÀQuŽ aspectos de la ley tienen
vigencia en el Nuevo Testamento para los cristianos?
á
La ley moral expresada en los Diez Mandamientos.[iii]
á
Los ejemplos de los juicios divinos que nos
permiten evitar el mal. 1Cor. 10:6
á
Recurso para la adoraci—n, tales como los Salmos.
Ef. 5:19
á
El pacto de la gracia. G‡l.
3:1-14
ÁEs b‡sicamente
todo!
Algunos maestros reformados partiendo de conceptos del
Antiguo Testamento y nos gu’an a un legalismo por inyectarlos en el Nuevo
Testamento con exceso de Žnfasis. Existen varios de estos conceptos, pero solo
mencionaremos dos de los m‡s prominentes.[iv]
Dos formas de ver el d’a de reposo prevalecen entre las
iglesias reformadas: Aquellos que creen que el Shabat
o S‡bado es el d’a de reposo, y los que no lo creen as’. Los antiguos que
llamaremos sabatistas
(los que guardan el s‡bado como d’a de reposo), y los posteriores no sabatistas.
Los sabatistas creen que Cristo
cambi— el dia de reposo del Antiguo Testamento de
s‡bado al domingo por resucitar el primer d’a de la semana. Ya que lo œnico que
cambia es el d’a, los preceptos originales del Antiguo Testamento que sirvieron
para poner las bases acerca del d’a de reposo deben continuar vigentes. Los
œnicos labores permitidos durante este d’a son la asistencia social necesaria;
como personal mŽdico o polic’a.[v]
Los no sabatistas reformados afirman
que el d’a de reposo del Antiguo Testamento era solo un s’mbolo que se–ala al
reposo de la fe en Cristo. El d’a de reposo, segœn esta perspectiva, no es un
d’a espec’fico y nunca fue destinado para serlo. La observancia del d’a de
reposo, por lo tanto, no tiene ningœn valor m‡s inherente que al sacrificio del
Cordero. Si le preguntamos a un no sabatista si
guarda el d’a de reposo, probablemente contestar‡ algo como: "S’, lo guardo
cada d’a, porque conf’o en Cristo cada d’a".
Ambos campos est‡n de acuerdo, sin embargo, que los
cristianos deber’an ir al culto de adoraci—n el domingo porque es el d’a en que
Cristo resucit—.
Cualquiera sea la posici—n que se adopte, nuestro deseo es
advertir contra aquellos que conducir’an a un legalismo dictando lo que se
puede o no hacer el domingo.
Incluso entre sabatistas, las
opiniones var’an sobre lo que es permisible el domingo. Algunos se abstienen de
ir a un restaurante porque eso obliga a otros a trabajar. As’ que comen en
casa. Evitan que trabaje la mesera, pero lo hace la mam‡. Incluso si el
alimento se prepara el d’a previo, alguien tiene que hacer el trabajo de
ponerlo en la mesa y lavar los platos.
Tengo dos amigos que realizan esta pr‡ctica, pero a los que yo no considero
legalistas. ÀPor quŽ no? Porque ambos declaran que solo practican esto como una
convicci—n personal para honrar al Se–or, respetando las conciencias de
aquellos que tienen una forma de pensar y actuar diferente. Esto no es
legalismo. Es simplemente su forma de adoraci—n.
Durante mi examen de ordenaci—n, alguien me pregunt— si yo
pensaba que era permitido jugar pelota el domingo despuŽs del culto. ContestŽ:
"A todos aquellos que tienen ni–os, es lo que m‡s les recomiendo. DespuŽs
de la iglesia, ponga al lado la Biblia, tome a sus ni–os, vaya al parque,
juegue pelot, as’ d‡ndole a su esposa un d’a de
descanso. Esto ser’a una verdadera Ôobra de misericordiaÕ para ella.Ó Para mi
satisfacci—n, la asamblea estall— en risas y aprob— la respuesta.
ÀCu‡l fue la posici—n de los ap—stoles acerca de esto?
Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en
cuanto a d’as de fiesta, luna nueva o d’as de reposo, todo lo cual es sombra de
lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. Colosenses 2:16-17
As’ que ya, no nos juzguemos m‡s los unos a los otros.
Romanos 14:13
Pablo declara que tenemos cierta libertad de conciencia en
cuanto a c—mo celebramos el d’a del Se–or. Somos libres de celebrarlo segœn
nuestra conciencia. Para lo que no somos libres es para juzgar a los dem‡s.[vi]
Hace unos a–os atr‡s, en Canad‡, se levant— una controversia sobre una
extra–a pr‡ctica de risa histŽrica en algunas iglesias, la llamaban Òla risa santaÓ.[vii]
Los seguidores de este movimiento se defendieron
preguntando: "ÀD—nde dice la Biblia que esto est‡ prohibido?Ó Los
atacantes preguntaron: "ÀD—nde ordena la Biblia que lo hagamos?"
ÀCu‡l es el orden para la adoraci—n cristiana? ÀHay algo
prohibido o establecido? L—gicamente, debe ser una u otra cosa.
La segunda opci—n es b’blica. Dios mismo establece el orden
de la adoraci—n a travŽs de su Palabra. No somos libres de hacer lo que
queramos. A esto lo llamamos el Òprincipio reglamentarioÓ.
En el Antiguo Testamento, vemos orden en la adoraci—n hasta
el œltimo detalle. Como esperamos, este principio es ampliado en el Nuevo
Testamento, en el que vemos reglamentos de los ap—stoles para cantar canciones,
himnos y c‡nticos espirituales, predicar la Palabra, administrar ordenanzas y
el servicio mutuo.
Bastante amplio, Àverdad? Es lo que esperamos de los
ap—stoles que celebraban una nueva libertad en Cristo.
La manera como algunos maestros reformados consideran la
relaci—n entre los testamentos me recuerda a la gente que no le gusta la forma
del corno francŽs. Toman un martillo y laboriosamente modifican el extremo
dej‡ndolo tan estrecho como su boca. Luego lo miran con una sonrisa de
satisfacci—n, contentos con el fuerte trabajo y la inteligencia que tuvieron
para darle la forma correcta al corno francŽs.
Quiz‡s para Žl el tono de su cuerno le parezca el mejor.
Para m’, suena feo.
Puesto que el evangelio ahora es para la gente de todas las
culturas, observamos la pr‡ctica de una ampliaci—n del principio reglamentario.
Las culturas var’an extensamente en su mœsica y la expresi—n de su adoraci—n.
Algunos reformados se sienten inc—modos con ese esp’ritu
libre en la adoraci—n que vemos en el Nuevo Testamento. As’ como con otros
aspectos de la vida cristiana, la libertad los asusta. Por eso cuestionan cada
pr‡ctica, intentando ligar la conciencia de los cristianos con detalles sobre
la adoraci—n.
Una peque–a denominaci—n proh’be el uso de instrumentos
musicales. La parte compleja del argumento que usan es que los instrumentos no
son ordenados en el Nuevo
Testamento. Los legalistas necesitan argumentos complicados para
justificar su posici—n. La libertad es sencilla.
La verdad es que no encontramos ningœn mandamiento en el
Nuevo Testamento que hable sobre el uso instrumentos musicales. Lo que hallamos
es el mandato de vivir como hombres libres, dentro de los amplios l’mites que
el Nuevo Testamento autoriza.
Algunos cristianos me han preguntado, ÀEs el diezmo
obligatorio? ÀEs pecado tomar bebidas alcoh—licas con moderaci—n? ÀDeber’amos
solamente cantar salmos?ÀSon los diplomas acadŽmicos necesarios para predicar?
Si el lector ha entendido este cap’tulo, sabr‡ ya las
respuestas a estas preguntas.
Un amigo dijo: ÒSi no disfrutas tu libertad, necesitas
hablar con el Se–or porque tienes un problemaÓ.[viii]
Si el fariseo que tenemos en nuestros corazones emprende su
camino, nos mantendr‡ atados y eso no es divertido. Y peor aun, nos usar‡ para
encadenar a otros.
Mientras estemos en la carne, estaremos en guerra con Žl. No
lo deje ganar.
De este cap’tulo
aprendemos...
1. El legalismo asume que podemos
obtener la justicia si seguimos las reglas.
2. El
legalismo existe en todos los movimientos cristianos en algœn grado.
3. El
legalismo se basa en los remanentes de corrupci—n que permanecen en algunos
cristianos.
4. Ser
m‡s estricto no es necesariamente ser m‡s santo.
5. El
Antiguo Testamento es lo que el Nuevo Testamento dice que es, y no m‡s.
6. No
tenemos autoridad para traer al Nuevo Testamento algo del Antiguo a menos que
el Nuevo nos lo permita.
7. El
legalismo a veces entra en el campo reformado interpretando el Nuevo Testamento
a la luz del Antiguo Testamento en vez de ser lo contrario.
8. En
el Nuevo Testamento tenemos mayor libertad con respecto a la adoraci—n y el d’a del Se–or.
[i] Durrell,
Gerald. Bafut Beagles, Viking Press, London, England. 1981.
[ii] 1Corintios 15:56.
[iii] El Nuevo Testamento repite estos mandamientos en
varias maneras. Animamos a los interesados a profundizar en este tema.
[iv] Salmodia: La noci—n de que solo los salmos deben
ser cantados en la adoraci—n pœblica, nada de himnos ni coros. Teocracia: La
idea de que la ley del Antiguo Testamento deber’a imponerse a la sociedad y que
los cristianos deber’an promoverla.
[v] Esta perspectiva es sostenida por los presbiterianos y se ense–a en el
cap’tulo 21 de la Confesi—n de Westminster. Era la posici—n que defend’an los
puritanos ingleses que dominaban la asamblea de Westminster. Podemos llamarlo
el punto de vista puritano, aunque irrite a los presbiterianos.
[vi] Los Adventistas del SŽptimo D’a son libres de
adorar el s‡bado en la medida en que no condenen a los que adoran el domingo.
[vii] Eso comenz— en Toronto, Canad‡, en 1994 y se
extendi— r‡pidamente a otros pa’ses. Para m‡s informaci—n visite: www.orthodoxinfo.com/inquirers/toronto.aspx
[viii] Un comentario de Greg Hauenstein,
presidente de Miami International Seminary, octubre
de 2004.