Soberan’a
y Sufrimiento
por
Roger L. Smalling, D. Min
MirŽ
entre la multitud esperando bajo la carpa. El gent’o usual: una mezcla
interesante de caras ecuatorianas, desde ni–os hasta ancianos. Unos pocos
adolescentes se escond’an t’midamente en las sombras, temerosos de ser vistos
por sus amigos. Muchos hab’an escuchado el rumor de que los "gringos"
estaban exhibiendo pel’culas bajo la carpa. En este pueblo no hab’a ninguna
sala de cine y pocos ten’an televisores, lo que hac’a nuestra campa–a evangelista
el mejor espect‡culo del momento.
Esta
t’pica multitud sudamericana ten’a una cosa en comœn. Ninguno hab’a escuchado
una exposici—n clara del Evangelio. Lo que yo iba a predicar en los pr—ximos
minutos ten’a que ser simple y claro. ComencŽ diciendo: indios ES UN DIOS
BUENO!
Cuando
declarŽ esto, me di cuenta de que aquellos que ser’an salvos esa noche,
enfrentar’an pruebas en los meses venideros. Ser’a necesario ayudarlos a
entender quien es Dios y lo que significa bueno.
Supe tambiŽn que este proceso de aprendizaje no es f‡cil.
Cuando
la gente comienza a madurar en Cristo, pronto se da cuenta que la definici—n de
la palabra bueno no es tan obvia como
pensaba previamente. Eventualmente, el convertido sufre un revŽs, una
enfermedad en la familia o un problema financiero. El aprende de la Biblia que
Dios es Todopoderoso. ÀPor quŽ entonces Dios no resuelve este problema? Sus
amigos le dicen que el diablo lo caus—. ÀSignifica esto que Dios no tiene
control sobre el diablo?
Muy
pronto la brigada local de la fe informa al convertido que el problema es
debido a su falta de fe. Le dicen que es su culpa. El nuevo convertido se
pregunta ÀDepende todo de mi? Pero Žl no se siente capaz para asumir el
problema.
En
breve, el convertido se encuentra ante el viejo dilema: la Soberan’a de Dios y
el sufrimiento de los justos.
ÀEs
posible responsabilizar a Dios mientras continuamos am‡ndole y confiando en El?
El
œnico problema con el lema Dios es un
Dios bueno, reside en un posible malentendido de la palabra bueno. A veces pensamos que la palabra
bueno es equivalente a lo que nos agrada. Dios tiene otra cosa en mente. ÀEs lo
que nos agrada realmente el bien mayor?
o ÀEs que Dios tiene en mente algo m‡s importante que lo que nos agrada?
Algunas
personas suponen que la prioridad m‡s alta de Dios es el bienestar del hombre.
Por lo tanto ellos definen bienestar
en tŽrminos de beneficios: Salud, Riqueza, Paz y Seguridad. Estamos totalmente
enga–ados si imaginamos que hay alguna verdad en estas asunciones.
Hay al
menos 2 cosas m‡s importantes para Dios. Veamos una de ellas en Romanos
8:28-29.
Notemos
en este texto que el prop—sito final de Dios es que seamos conformes a la
imagen de Cristo. La prioridad m‡s alta de Dios es la santificaci—n. Llegar a
ser como Cristo es nuestro bien mayor, no nuestra comodidad. Esta prioridad es
tan importante que Dios aœn nos puede hacer temporalmente infelices para que al
final tengamos una felicidad suprema.
Recientemente,
le’ un comentario que me choc— grandemente: "La meta final de la
santificaci—n es si misma". DespuŽs de recuperarme del impacto, yo tuve
que aceptar esta aseveraci—n. La santificaci—n es la meta, y Dios nos ama mucho
como para renunciar a su compromiso de santificarnos. La santidad no tiene
prop—sito m‡s all‡ de ella misma. Nuestra felicidad es un resultado de nuestra
santificaci—n.
Se
sigue entonces, que Dios define el tŽrmino bueno
como todo aquello que produce santidad en nosotros. Todos los dem‡s principios
de la Escritura est‡n subordinados a esto.
Considerando esto, se vuelve menos
sorprendente que los cristianos experimenten pruebas y sufrimientos. Dudoso
ser’a que los creyentes no sufrieran m‡s de lo que sufren.
Otra
consideraci—n y acaso la de mayor importancia es la gloria de Dios.
Considere
lo siguiente: Dios cre— al hombre conociendo perfectamente que este caer’a.
ÀPor quŽ?
En Romanos
9:21 Pablo sugiere la respuesta. ÀO no
tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso
para honra y otro para deshonra? La m‡s alta prioridad de Dios es revelar
Su naturaleza. El bienestar del hombre es secundario. La historia completa de
la redenci—n, la salvaci—n y la condenaci—n, es el escenario en el cual Dios
despliega Sus atributos.
C.S.
Lewis trajo a la luz el pensamiento extraordinario de que Shakespeare estuvo
equivocado cuando dijo: "El mundo es un escenario y nosotros somos los
actores". A medida que miramos m‡s de cerca el escenario descubrimos que
Dios es el protagonista principal y no nosotros. El es el œnico sobre el
escenario, y nosotros somos meramente el tel—n.
La
gracia no podr’a existir sin un pecador. Una hermosa flor no podr’a crecer
sin el abono m‡s elemental que es
tan repulsivo. Pero, ÀExiste la gracia para la mayor’a? dif’cilmente! Si usted
hace el mismo favor a todos, entonces esta actitud llega a ser una pol’tica
general en lugar de un favor. Una vecina nos trae pan fresco hecho en casa,
como un signo de amistad especial. Si ella hace esto a todo el mundo, ya no
ser’a un favor especial. La
ira de Dios tampoco podr’a existir sin un pecador. Para demostrar justicia
tiene que haber alguien a quien juzgar.
Para
creer que Dios nos santificar‡ conforme a su prop—sito debemos reconocer que
Dios es soberano y que no puede fracasar.
Las
opciones son claras: El es Soberano o El no lo es
Hubo
una Žpoca, no tan lejana, en la historia de la iglesia, en la cual si una
persona cuestionaba la Soberan’a de Dios era considerada herŽtica. Aœn hasta
hoy, hay personas que afirman que las manos de Dios est‡n atadas, al menos que
alguien ore. Tales declaraciones son una blasfemia porque la Biblia dice:
.....El
hace segœn su voluntad en el ejŽrcito del cielo, y en los habitantes de la
tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ÀQuŽ haces?. Daniel 4:35
Nuestro Dios est‡ en los cielos; todo lo que quiso ha hecho. Salmos
115:3
Todo lo que Jehov‡ quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en
los mares y en todos los abismos. Salmos 135:6
....por el poder con el cual puede tambiŽn sujetar a s’ mismo todas
las cosas. Filipenses 3:21
....quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.....
Hebreos 1:3
...Mi consejo permanecer‡, y harŽ todo lo que quiero. Isa’as 46:10
Pero,
ÀQuŽ sobre el libre albedr’o del hombre? ÀEst‡ tambiŽn Dios en control de eso?
Siempre escucho que Dios no puede traspasar la voluntad humana. Preguntas como
estas surgen naturalmente en este punto. Debemos tratarlas con franqueza porque
esto es el meollo del asunto con respecto al sufrimiento de los buenos. ÀNo les
parece interesante que la gente atribuya r‡pidamente al hombre lo que ellos le
niegan a Dios? ÀTiene Dios una voluntad libre? Si es as’, ÀCu‡l libertad
domina......la de El o la nuestra? Si decimos "la Suya", ÀPodemos
estar seguros que la nuestra es totalmente libre?
Revisemos
algunos ejemplos b’blicos:
Este
rey pagano de Babilonia cometi— tres graves errores.
Primero:
Se hizo un dios de oro (Daniel 3). i QuŽ actitud tan t’picamente humana!
El
hombre quiere un Dios a quien Žl pueda manipular, y vivir libre de reprensiones
por sus pecados.
Hoy la
gente es m‡s creativa. En lugar de usar oro, simplemente usa su imaginaci—n e inventa sus propios
dioses.
Segundo:
Us— cada medio a su disposici—n para conseguir que otros adoren a su dios falso.
(Es una cosa buena que Nabucodonosor no tuvo radio y televisi—n. El pudo haber
tenido Žxito.)
Tercero:
Atribuy— las obras del Todopoderoso a su dios. (Daniel 4:30)
El Dios
verdadero lo llam— loco.
ÀQuŽ
hizo Dios al respecto? Dios toc— el interior de Nabucodonosor y le quit— la
raz—n, el libre albedr’o y todo. Lo dej— como una bestia por siete a–os.
ÀNecesit—
Dios el permiso de Nabucodonosor para hacer eso? ÀNecesit— las oraciones de
alguien para llevarlo a cabo?
DespuŽs
de siete a–os, cuando Dios tuvo a bien, devolvi— a Nabucodonosor su mente.
ÀQuŽ
aprendi— Nabucodonosor de esta experiencia cuando Žl recuper— su raz—n? .......y El hace segœn su voluntad en el
ejŽrcito del cielo, y en los habitantes de la tierra, Y NO HAY QUIEN DETENGA SU
MANO....
ÀQuiŽn
va a estar en control de la mente del Anticristo....el falso profeta, la Gran
Bestia y las Diez Naciones durante los tiempos finales? ÀEl Diablo?
Porque
Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que Žl quiso: ponerse de
acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios.
Apoc. 17:17
a
este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de
Dios..... Hechos 2:23 (NIV)
......y
dijeron: Soberano Se–or, tu eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el
mar y todo lo que en ellos hay......verdaderamente se unieron en esta ciudad
contra tu santo Hijo Jesœs, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los
gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo hab’an
antes determinado que sucediera. Hechos 4:24,27,28 (NIV)
Y
he aqu’, yo endurecerŽ el coraz—n de los egipcios para que los sigan; y yo me
glorificarŽ en Fara—n y en todo su ejŽrcito.... ƒxodo 14:17
Al
examinar estos ejemplos b’blicos vemos que Dios puede controlar todo incluso la
voluntad humana.
Miles
de cristianos hoy en d’a, no saben que Dios es soberano. Alaban una parodia del
Dios verdadero que tiene las manos atadas. Tal concepto de Dios proviene de la
cultura moderna humanista en lugar de los conceptos b’blicos. Se puede llamar a este el dios falso de la cristiandad moderna.
Sin embargo, por mucho que tal
dios agrade a la naturaleza humana,
tiene un defecto fatal: iEl no
existe!
El Dios
de la Biblia es Soberano. El est‡ en absoluto control de todas las cosas.
El hace segœn su voluntad en el ejŽrcito del cielo, y en los
habitantes de la tierra....ya sea que la raz—n humana estŽ de acuerdo o no.
Alguien
dice: iEsto me convierte en un t’tere!
Yo contesto: iCualquier otra cosa hace de Dios un t’tere!
Otros
a–aden: iPero esto no me parece justo! Yo les recuerdo la advertencia de Pablo:
Pero
me dir‡s: ÀPor quŽ, pues, inculpa? porque ÀQuiŽn ha resistido a su voluntad?
M‡s antes, oh hombre, ÀQuiŽn eres tu, para que alterques con Dios? Romanos
9:19-20
De esto
concluimos que Dios no est‡ bajo ninguna obligaci—n de prestar atenci—n a las
protestas de nuestro libre albedrio con respecto al proceso de santificaci—n.
Ahora
que sabemos la doctrina de la Soberan’a de Dios, ÀD—nde esto nos deja? Estamos
tratando de explicar como contestar el dilema del sufrimiento de los buenos sin
culpar a Dios. Hemos probado que Dios hace como le place, y nada ni nadie lo
limita. ÀNo es esto empeorar al dilema?
Parece
que si. Al finalizar el an‡lisis veremos que no.
Hay
cristianos bien intencionados que tienden a negar la Soberan’a de Dios para
resolver el dilema de un Dios bueno y un mundo malo. Sin embargo, estos
cristianos no consideran la posibilidad de que Dios no quiere librarse del
dilema. Quiz‡s, El tiene un prop—sito con tal dilema y no quiere que nadie se
lo quite.
Muchos
cristianos consideran esta soluci—n completamente aceptable. Ellos sugieren que
Dios nos ha delegado parte de Su autoridad y que las respuestas a todos
nuestros problemas descansa en nosotros mismos. Sus manos est‡n efectivamente
atadas en cierta manera, al menos que actuemos en su favor.
As’
parece que el dilema est‡ resuelto y podemos abandonar la discusi—n y
olvidarnos del problema.
Pero
hay un elemento suelto que nos obliga a revisar esta explicaci—n.
Si Dios
ha entregado una parte de Su Soberan’a al hombre, entonces Dios no merece toda
la gloria. Debemos determinar exactamente que porcentaje de Su gloria El ha
cedido al hombre. Solo as’ sabremos a que grado podemos adorarle. DespuŽs de
todo, no queremos darle toda la gloria si nosotros estamos parcialmente en
control. Eso no ser’a justo, Àverdad? Si El ha dado 25% de Su soberan’a al
hombre, entonces debemos adorar a Dios un 75% y al hombre un 25%. O podemos
alterar 2Corintios 1:24 diciendo "Porque
por el 75% de la fe en Dios est‡is firmes. He aqu’ el otro 25% pertenece a
ti."
En
lugar de llamarlo el Todopoderoso, vamos a llamarlo el Casi Poderoso. Perd—n
por todo este sarcasmo, pero es claro que negar la soberan’a de Dios nos
conduce a un dilema peor.
El
error b‡sico aqu’ est‡ en fallar al distinguir la diferencia entre autoridad
compartida y abandono de autoridad. Es como una cuenta corriente conjunta. Si
tu a–ades el nombre de otra persona a la cuenta, esto no te quita la autoridad
para firmar los cheques, ni est‡s limitado a la aprobaci—n de la otra parte. Si
tu quieres, puedes arreglar el asunto de tal forma que los otros necesiten tu
aprobaci—n, y tu no necesitarlos para nada. Perfectamente legal y l—gico.
iQue
tremendo error imaginar que Dios ha renunciado a cualquier parte de Su
autoridad solo porque El la comparte con algunas de Sus criaturas!
He
observado a cristianos que poseen un entendimiento s—lidamente b’blico de la
Soberan’a de Dios. Ellos van a travŽs de las pruebas m‡s f‡cilmente y raramente
preguntan, "ÀPor quŽ permitiste esto?" Entonces, ÀCu‡les son las opciones
cuando confrontamos una prueba dura? Tenemos tres opciones, y solo una es la
correcta.
OPCION UNO: Acusar a Dios de injusto por meternos en
problemas.
Todos
las pruebas espirituales consisten en estar aparentemente abandonados por Dios.
Si este sentimiento estuviera ausente, dejar’a de ser una prueba v‡lida.
Un arma
potente para pasar exitosamente a travŽs de las pruebas, es saber que estas son
inevitables. No se preocupe, el saber esto no es una confesi—n negativa. La
realidad es as’. Pedro nos advirti—: Amados,
no os sorprend‡is del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna
cosa extra–a os aconteciese...v.12.
Culpar
a Dios nos da solamente un sentimiento de alivio temporal y superficial....
como tratando de extinguir un fuego arroj‡ndole palos de madera.
OPCION DOS:
Someterse pasivamente a la aflicci—n como la voluntad de Dios, puesto
que El es Soberano y pudo
haberla prevenido.
Esta
reacci—n es casi tan peligrosa como la anterior. Algunas religiones se
aprovechan de este razonamiento para mantener a los oprimidos en sujeci—n.
En
Jueces 3:2 leemos que Dios dej— a los enemigos en la tierra sabiendo que ellos
atacar’an a Israel. ÀPor quŽ El hizo eso? Porque quer’a que los israelitas
aprendan a luchar.
Suponga
que los jud’os hubieran asumido que Dios estaba ense–‡ndoles a ser humildes.
Pudieron haberse acostado en las calles y sumisamente dejar que los carros
pasen sobre ellos. Habr’an aprendido la humildad correctamente, pero esa no era
la lecci—n que deb’an aprender. Algunas veces Dios permite al diablo atacar al
creyente para que este aprenda a defenderse.
Recuerdo
la historia de un joven estudiante de la Biblia, quien sufri— pruebas severas
por varias semanas. Nada estaba marchando bien. Todo el mundo estaba pele‡ndose
con Žl. Una depresi—n constante lo consum’a. Una noche estando solo,
sœbitamente grit—: "satan‡s! En
el nombre de Jesœs, fuera!" La paz lo envolvi—. Se dio cuenta de que Dios
le estaba ense–ando el arte de la autodefensa espiritual.
Someterse
pasivamente a toda prueba y aflicci—n no es b’blico y es peligroso.
OPCION TRES: Someterse a Dios pero resistir la
aflicci—n, aun si usted sabe que Dios en su Soberan’a la ha permitido.
Desde
el punto de vista de algunos, nunca en la historia de la humanidad ha existido
un aguij—n tan puntiagudo como el aguij—n de Pablo. Algunos dicen que era una
enfermedad. Otros dicen que no.
Al
enfrascarse en estas disputas, los cristianos se pierden de los puntos
principales de la lecci—n. Si para Dios esto fuera muy importante, el texto
se–alar’a claramente lo que era el aguij—n. Observemos algunas reacciones de
Pablo con respecto a su
aguij—n:
Nunca
trate de manipular a Dios. Cada vez que yo lo intento, recibo palmadas en mi
manos.
Note
tambiŽn que Pablo or— m‡s de una vez sobre su problema. Algunos han pensado que
es falta de fe orar dos veces por la misma cosa. Pablo no pensaba as’. Si mi
carro no arrancara al primer intento, yo tratar’a otra vez hasta que arranque.
La
forma como Pablo trat— este problema demuestra que el resultado final depend’a
de la Soberan’a del Se–or.
Indudablemente,
si Dios le hubiera dicho a Pablo que la soluci—n era pararse de cabeza y clamar
"Salve al Rey", Žl lo habr’a hecho, porque estaba dispuesto a hacer
lo que sea que el Se–or le dijera que hiciera, aun si esto era no hacer nada.
En
efecto, "no hacer nada" es exactamente lo que el Se–or le dijo que
haga. B‡state mi gracia. Aœn m‡s,
Pablo no perdi— su santa agresividad. El acept— esa gracia y se aprovech— de
ella para glorificarle a Cristo.
Alguien
me pregunt— acerca de la diferencia entre un ataque sat‡nico y una prueba
divina. Realmente no importa. Puesto que Dios es Soberano, ambas circunstancias son siempre lo mismo.
Dios permite al diablo atacarnos porque El desea que nosotros lo derrotemos. Si
no fuera por el diablo, la iglesia ser’a perezosa y los cristianos aprender’an
poco.
El
libro de Job ilustra esto: Dios declaraba la sinceridad de Job, mientras que
Sat‡n la negaba. Esto result— en una prueba de la integridad de Job, siendo
Satan‡s la causa inmediata y activa, y Dios la causa final y pasiva.
Vemos
entonces que tanto Satan‡s como Dios usaron los mismos eventos pero con
intenciones opuestas. La diferencia, entonces, entre un ataque sat‡nico y una
prueba divina, no est‡ en los medios sino en los prop—sitos opuestos. Sat‡n quiere
probar lo peor de nosotros, y Dios desea probar lo mejor. As’ que es un
desperdicio de tiempo tratar de encontrar cual es cual. Simplemente somŽtase a
Dios y presente batalla a la aflicci—n.
En
todo esto no pec— Job, ni atribuy— a Dios desprop—sito alguno. Job 1:22
Algunas
veces la esencia de una prueba espiritual gira alrededor de una pregunta: ÀCu‡l
es la calidad de nuestro amor?. Amamos a Dios porque El hace buenas cosas por
nosotros. Pero en el Reino de Dios esta clase de amor es inferior. El quiere
que nosotros le amemos por lo que El es y no por lo que nos da. Esto involucra una elecci—n mental m‡s
que emocional. En tiempos de prueba es necesario hacer este tipo de elecci—n.
Lo
anterior nos da ciertas pautas para atravesar pruebas ordinarias, pero que
acerca de verdaderas tragedias, como la pŽrdida de un ser amado o un accidente
de consecuencias terribles. Estas desgracias dif’cilmente pueden ser
catalogadas como pruebas.
Un
tr‡gico accidente ocurri— durante nuestra conferencia de misiones en Ecuador,
en 1981. Un cami—n que transportaba a casi una docena de j—venes se volc—
debido a un error del conductor que era una dama misionera. Fue un milagro que
nadie muriera, pero un ni–o de 8 a–os qued— permanentemente lisiado de su
pierna derecha. La misionera estaba confusa y se sent’a culpable. Pocos d’as
despuŽs del accidente, ella me hizo la inevitable pregunta:"ÀPor quŽ Dios
lo permiti—?
Yo
esperaba esta pregunta, as’ que quise estar preparado con una respuesta.
Haciendo a un lado mi propia frustraci—n, le respond’ con otra pregunta:
"Aun si Dios nos diera la respuesta, Àaliviar’a esto el dolor del ni–o, o
el tuyo? No siempre tenemos explicaciones a las tragedias pero si tenemos la
promesa de Romanos 8:28." Para mi gran sorpresa, esta respuesta le dio
mucho alivio a la se–ora.
A veces
la œnica cosa que tenemos es una promesa de Dios. Pero si la creemos veremos
que es suficiente para nuestro consuelo.
Los
cristianos con un firme asimiento en la Soberan’a de Dios atraviesan las
pruebas y tragedias mucho m‡s f‡cil que aquellos que dudan. Esta verdad ha sido
el basti—n de los santos en todas las edades y a medida que vamos a los tiempos
finales, debemos asirnos a ella tenazmente.
No se
imagine que soy un sufridor experto porque proclamo estas verdades. Admiro a
aquellos hermanos dulcemente pasivos, quienes aceptan las dificultades con una
quietud reposada. ÀSon as’ por gracia o es realmente el resultado de una
predisposici—n natural del temperamento? Ser’a dudoso si todos mis lectores
fueran as’. En lo personal, prefiero
las rabietas.
Para mi
disgusto, descubr’ muy temprano que Dios permanece inamovible a mis protestas.
El continœa la prueba de todas maneras. Aparentemente, podemos a–adir tenacidad
a Su lista de atributos. El parece determinado a bendecirnos con cualidades
morales que no sab’amos que eran parte del convenio cuando aceptamos a Cristo.
Lamento
no haber resistido las pruebas pasadas de manera m‡s victoriosa. Espero hacerlo
mejor en el futuro. Ser’a simple si tan solo pudiŽramos encontrar una forma de
quitar al sufrimiento un peque–o detalle: duele!
Aparte
de esto, el sufrimiento ser’a completamente tolerable.
Digo
esto para clarificar que el conocer unas pocas verdades acerca de nuestras
pruebas, y su relaci—n con nuestro Soberano Se–or, no aliviar‡n el dolor, ni
contestar‡n a todas las preguntas. Aœn doler‡. Pero al menos se vuelven
tolerables cuando entendemos que hay significado y prop—sito detr‡s de ellas.
Estoy
dolorosamente consciente de que los puntos de vista que he compartido no logran
explicar bien la expresi—n "Dios
es un Dios bueno". Ser’a un tonto si pensara esto.
As’ que
dejemos el asunto a los pies de Dios, donde El quiere que estŽ y sigamos con
humildad, sabiendo que El es mayor que cualquier concepto que de El nosotros pudiŽramos alguna vez
imaginar.
A
muchos de los que disfrutaron de este ensayo,
tambiŽn les gust— nuestro libro
Otras obras por Dr. Smalling se ven a
www.smallings.com/spanish/spanindex.html