por
Roger Smalling,
D.Min
Este
ensayo es un cap’tulo del libro Liderazgo cristiano, ofrecido aqu’ como muestra.
En las dos primeras lecciones,
aprendimos sobre las actitudes de servicio e integridad junto con una
disposici—n de abrazar el sufrimiento. Hay otro lado de esta moneda.
Segœn la Escritura,
los l’deres ordenados por Dios tienen ciertos derechos y privilegios que nadie
puede hacer caso omiso sin un proceso debido.
Nuestra cultura
actual tiende hacia la independencia, el individualismo y al descrŽdito de las
instituciones. Estas actitudes pueden llevar a despreciar la autoridad
espiritual que Dios da a los ministros. Puede ocurrir que los miembros de una
iglesia se sometan a su ministro porque Žl les cae bien, y no porque respeten
su oficio o reconozcan su autoridad espiritual.
Lo peor ser’a que
nosotros como ministros ordenados, inadvertidamente violemos los derechos de
nuestros compa–eros ministros[1]. Podemos terminar tratando a
nuestros colegas como menos de lo que las escrituras de Dios dice que ellos
son. Si comprendemos los derechos de los ministros, podemos evitar tratar a
nuestros colegas ministros sin Žtica. Algunos de estos derechos y privilegios
son:
Los ancianos que gobiernen bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente lo que trabajan en predicar y ense–ar. 1Timoteo 5:17
La prŽdica y la
ense–anza de las escrituras son tan fundamentales para el ministerio cristiano,
que nosotros debemos ser cuidadosos de honrar a los ministros llamados para
esto. Esto incluye evitar comentarios da–inos sobre un compa–ero ministro.
Hay excepciones, sin
embargo. Tenemos el derecho y el mandato de hablar en contra de los herejes, ya
sea que ellos se llamen a s’ mismos ministros o no. En efecto, estos no son
compa–eros ministros. (Romanos 16:17,18)
Los casos de
disciplina que involucran ministros es otra excepci—n. Se debe evaluar a un
compa–ero ministro para considerarlo para un futuro trabajo. Las evaluaciones
negativas pueden ser correctas en tal situaci—n.
Tratamos a nuestros
ministros colegas como a iguales porque eso es lo que ellos son delante de
Dios. En la eclesiolog’a reformada, no hay otro rango m‡s alto que el ministro
ordenado en esta dispensaci—n. Algunos ministros ganen m‡s respeto que otros
debido a su experiencia o logros. Pero bajo ninguna circunstancia nosotros
debemos tratar a un ministro ordenando como menos que un ministro de Cristo.
Esto significa que
los ministros tienen derecho a defenderse en contra de los abusos de otros
cuando sea necesario hacerlo as’ por el honor del evangelio. Este es todo el
punto detr‡s de la ep’stola de 2Corintios, as’ como tambiŽn de 1Corintios 4.
Pablo tuvo que defenderse de una actitud desde–oso de los creyentes de Corinto.
ƒl no lo hizo por si mismo, sino por el honor del evangelio y porque las actitudes
de ellos eran pecaminosas.
Ser un siervo
predispuesto al sufrimiento no siempre significa que un l’der debe permitir que
lo pisoteen. Cuando el honor del evangelio es cuestionado, no solamente tiene
el derecho a defenderse, sino la obligaci—n hacerlo.
... anunciaremos el evangelio en los lugares m‡s all‡ de vosotros, sin entrar en la obra de otro para gloriarnos en lo que ya estaba preparado. 2Corintios 10:16
É de esta manera me esforcŽ a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno. Romanos 15:20
Incluso el ap—stol
Pablo reconoci— el concepto de territorio en el ministerio. Cada ministro tiene
su esfera, que nosotros respetamos.
Si un ministro est‡ trabajando en una determinada ‡rea, nosotros la evitamos.
Nosotros nos refrenamos de construir nuestra iglesia cerca de otra obra
leg’timamente evangŽlica. Evitamos evangelizar pueblos donde otros est‡n
evangelizando. Por el tŽrmino fundamento
ajeno Pablo reconoc’a que los ministerios que Žl encontraba, eran propiedad
de otros.
Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el reba–o en que el Esp’ritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Se–or, la cual Žl gan— por su propia sangre. Porque yo sŽ que despuŽs de mi partida entrar‡n en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonar‡n al reba–o. Hechos 20:28,29
El Esp’ritu Santo da
a cada ministro un reba–o particular para apacentar. De esto deducimos ciertos
principios Žticos.
Nosotros no robamos
ovejas de otro reba–o. Algunos se consideran a s’ mismos y a sus denominaciones
tan superiores, que se justifican al tomar gente de otros grupos evangŽlicos.
Esto es una forma religiosa de robo.
Contra un anciano no admitas acusaci—n sino con dos o tres testigos. A los que persisten en pecar, reprŽndelos delante de todos, para que los dem‡s tambiŽn teman. 1Timoteo 5:19,20
En el estudio de la
disciplina eclesi‡stica, se topa con un concepto jur’dico: La carga de pruebas
queda con los acusadores, no con el acusado. Esto es doblemente verdad en el
case de los oficiales de las iglesias. Se requiere mœltiples testigos para
admitir una investigaci—n.
Nadie tiene derecho
de acusar a un ministro sin dos o m‡s testigos. Igualmente nosotros como
ministros no podemos recibir acusaciones en contra de cualquier anciano de la
iglesia sin el nœmero requerido de testigos.
El chisme sobre los
ministros ha da–ado muchas iglesias. Insistir en el mandato b’blico ya
mencionado podr’a ayudar mucho a aliviar este peso de la iglesia.
La expresi—n Çdebido
procesoÈ se refiere a un juicio delante de sus iguales, en el cual un ministro
puede responder a las acusaciones hechas en su contra. Segœn el texto anterior,
este derecho incluye al menos dos cosas.
Ninguna congregaci—n
tiene el derecho a recibir acusaciones en contra de un ministro. Timoteo, no la
congregaci—n, ten’a la autoridad para recibir acusaciones en contra de los
ancianos. Aun entonces, era necesaria una evidencia substancial.
Toda la carga de la
prueba est‡ sobre los acusadores. Si ellos fracasan en sustentar su acusaci—n,
habr‡n cometido difamaci—n y deber‡n ser reprendidos.
Parecer’a que esto
es evidente, pero es asombroso c—mo esto es pasado por alto[2].
Una jerarqu’a
cristiana usualmente tratar‡ a sus trabajadores como empleados y no como
ministros. Los derechos y privilegios que la Biblia garantiza a los ministros
se lavan en el remolino de la burocracia.
Ejemplo: Una misi—n
estaba escribiendo su manual de pol’tica. Ellos consideraron c—mo conseguir una
perspectiva correcta de las situaciones de crisis que podr’a levantarse dentro
de los equipos misioneros. CrŽalo o no, adoptaron la siguiente pol’tica necia: ÒLas
percepciones de la realidad deben ser las del l’der del grupo.Ó
Esta absurda
declaraci—n supone que el l’der nunca es la causa de la crisis porque sus
percepciones son siempre exactas, y que sin temor a equivocarnos podemos
despreciar a los otros ministros ordenados del grupo[3].
Nosotros vemos en
varios casos c—mo aun los ap—stoles evitaban imponer la autoridad sobre los
ancianos ordenados. Ellos reconoc’an el derecho de otros a ser consultados en
asuntos que los afectaban. Ejemplos:
En el
concilio de JerusalŽn, Hechos 15, todos los ancianos presentes tuvieron voz y
voto, incluso los que no eran ap—stoles.
Pablo dice a Filem—n
en 1:14,
pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario.
Como un ap—stol,
Pablo pudo haber dado —rdenes pero no lo hizo. Consistente con un estilo
cristiano de liderazgo, Pablo rehus— dictarle a Filem—n.
Con respecto a
Apolos, Pablo dice:
Acerca del hermano Apolos, mucho le roguŽ que fuese a vosotros con los hermanos, mas de ninguna manera tuvo voluntad de ir por ahora; pero ir‡ cuando tenga oportunidad. 1Corintios 16:12
Pablo
le rog—, pero no le orden—. Nadie, no
importa su rango en una jerarqu’a, tiene el derecho a pasar por alto la
autoridad de un ministro ordenado y tomar decisiones que afectar‡n el
ministerio de ese hombre sin concederle voz en el asunto. Hacer esto es
descortŽs e inmoral.
Dos o
m‡s l’deres pueden hacer un acuerdo entre ellos para defenderse mutuamente
cuando uno es atacado verbalmente, especialmente en su ausencia. Esto presenta
un frente unido que tiende a silenciar las cr’ticas. Los l’deres aprenden que
si quieren atacar verbalmente a sus colegas, mejor lo hagan cuando usted no
est‡ presente. De otra manera, riesgan una buena rega–ada.
ÀQuŽ
hacer si la cr’tica es correcta en su afirmaci—n? D’gale a esta persona que sus
colegas en el ministerio son capases de tratar con el asunto.
Dios,
con frecuencia, defiende al l’der, aun cuando estŽ equivocado en una decisi—n.
Parece que Dios defiende Su propio honor en tales casos porque ƒl es el œnico
que llam— al hombre. Los l’deres deben cuidarse del orgullo en este punto.
Algunos l’deres suponen que un resultado positivo es el sello de la aprobaci—n
de Dios con respecto a sus decisiones. Esto puede ser auto enga–o[4].
Yo no controlo a
otras personas ni permito que otros me controlen. ÀEs esta actitud arrogante e
independiente? Si la integridad es el fundamento de su relaci—n con aquellos en
autoridad sobre usted, no lo es.
Tener el control es
una forma en que los l’deres pueden relacionarse con la gente pero no es una
buena forma de hacerlo. La forma sana y fundamental de relacionarse es con integridad.
Cuando
damos nuestra palabra, la cumplimos aunque no conviene. El salmista dice que el
hombre es bienaventurado que aun jurando
en da–o suyo; no por eso cambia Sal: 15:4. Nosotros mantenemos nuestras
promesas porque somos hechos a la imagen de Dios y ƒl cumple con Su palabra.
No hay nada err—neo
en pedir a alguien renegociar un acuerdo por factores imprevistos. Sin embargo,
nosotros no tenemos el derecho moral a romperlo solo porque tenemos el poder o
la autoridad para hacerlo.
Esto es una verdad
doble en las relaciones con los colegas ministros. Si usted llega a ser un
l’der cristiano en una organizaci—n poderosa, la tentaci—n puede ser romper
acuerdos inconvenientes, simplemente porque usted tiene el poder para hacerlo.
El poder para hacer una cosa y el derecho a hacerla, son dos cosas diferentes.
He observado c—mo
las organizaciones poderosas consideran un acuerdo como unilateral, obligando
solamente a la parte m‡s dŽbil, y permitiŽndose cambiarlo con inmunidad. Esto
es simplemente otra forma de arrogancia.
Cu’dese de esta
tendencia humana si usted se convierte en un l’der de una organizaci—n
influyente. Si hace acuerdos, lo mejor es cumplir con ellos. De lo contrario,
su integridad se ver‡ erosionada lo que al final significa que se erosiona su
derecho a liderar.
Todo
l’der necesita rendir cuentas a alguien, ya sea que la organizaci—n en que
est‡, lo requiera o no. Escoja dos o a lo mucho tres amigos que estŽn de
acuerdo en formar su grupo al que usted rendir‡ cuentas. Esto significa que
usted los mantendr‡ advertidos de asuntos importantes que le afecten y
escuchar‡ sus consejos:
Y en la multitud de consejeros est‡ la seguridad. Proverbios 24:6
Tal
grupo puede simplemente existir como un comitŽ para dar consejos cuando las
dificultades se presenten en su ministerio. O, puede tener mas autoridad de
acuerdo a la que usted les da.
Tengo
un comitŽ de este tipo, formado por un pastor y un anciano. Yo formŽ este grupo
hace a–os mientras soportaba un ataque de l’deres abusivos. Puesto que yo sab’a
que mi involucramiento emocional podr’a cubrir mi percepci—n de la realidad,
escog’ estos dos hombres para ayudarme. Estos llegaron a ser una ayuda indispensable
en una situaci—n complicada que yo no pude manejar a solas.
Escog’
a estos dos hermanos porque son hombres con una valent’a moral intransigente.
No vacilaron en pelear por mi cuando fue necesario. Encontrar estos me const—
mucho tiempo y reflexi—n porque tales hombres son escasos. P’dele a Dios darle
a usted hombres con una integridad absoluta combinada con valent’a moral para
que usted tenga a quien responder por todo lo que haces. Dios te los dar‡.
Escoja con cuidado.
Los
tŽrminos de mi acuerdo con mi comitŽ personal son simples: me compromet’ en
avisarlos de todo asunto de importancia afectando mi ministerio y no tomar
decisiones importantes sin antes considerar cuidadosamente sus consejos. Ellos
se comprometieron en ayudarme en situaciones dif’ciles de conflicto.
Los l’deres
ordenados por Dios tienen ciertos derechos y privilegios. Estos incluyen el
derecho al respeto, a estar libre de acusaciones sin proceso jur’dico debido y
tener la autoridad sobre su propio ministerio. Si entendemos estos derechos,
estaremos preparados mejor para evitar pecar contra nuestros colegas. Es de
gran ayuda crear un comitŽ personal propio y privado de consejer’a para y tener
a quien rendir cuentas.
á
Aquellos a quienes Dios designa para liderazgo
tienen ciertos derechos y privilegios b’blicos. No es Žtico ignorarlos.
á
La autoridad espiritual y el oficio de los l’deres
deben ser respetados, aun si ellos no siempre est‡n en lo correcto.
á
Ellos tienen el derecho a voz y voto en todos los asuntos
que afectan su ministerio.
á
Otro derecho importante incluye la libertad de
acusaciones sin el debido proceso jur’diCorintios
á
Es recomendable para todo l’der tener alguien a
quien rendir cuentas a alguien.
A muchos de los que disfrutaron de este ensayo,
tambiŽn les gust— nuestro libro
Liderazgo cristiano
Otros
ensayos y libros por los Smallings:
http://espanol.visionreal.info/
[1]. Esto es muy veros’mil
si trabajamos dentro de una jerarqu’a como descrita en Lecci—n Tres.
[2]. Es
siempre pasado por alto en una jerarqu’a compleja.
[3]. El
nombre de esta misi—n est‡ ocultada aqu’ por motivos de discreci—n.
[4]. Trabajaba
yo por algunos a–os con un evangelista que hac’a esto a menudo. Su falta de
capacidad administrativa tend’a a crear el caos. Dios, misericordioso como
siempre, le sacaba de los problemas que el evangelista provocaba por su
deficiencia administrativa. Luego el hombre dec’a, ÒÀNo ven? Ten’a yo raz—n de
todas formas.Ó